8/29/2008

Zoología de las fiestas (I. La vieja cuida-bolsos)


En todos las fiestas hay algunas especies que se repiten. Las vemos acechando en cada salón de fiestas de la capital caraqueña y la verdad es que es fácil reconocerlos. Esta es una guía que ayudará a nuestros zoólogos urbanos a reconocer cada una de estas especies.

LA VIEJA CUIDA-BOLSO
Esta es la propia señora que va con un vestido que ha repetido en todas las fiestas que requieren vestirse un poco mejor de lo habitual. No se para de la mesa ni loca y se pasa toda la jornada criticando a todo el mundo, rememorando el pasado y animando a los asistentes desde su trono. Por el hecho de ser una criatura sedentaria (es decir, termina la mesa en la misma mesa donde la comenzó) es la preferida de todas para cuidar los bolsos.
Su mesa es todo un tesoro pues en ella encontraremos decenas de bolsos que significan un botín muy apetitoso para cualquier amigo de lo ajeno. Es por esto que la naturaleza ha dotado a estas señoras de una desconfianza que pone en peligro a todo el que se acerque a los bolsos.
La presa de esta criatura es cualquier incauto medio borracho. Una vez que la presa es atrapada, la “cuida-bolsos” lo agarra por un brazo, lo sienta en la mesa y empieza el cuento de su vida, la vida de la novia que se casa ese día y de los novios que ella tuvo hace lustros y cualquier otra historia.
También se encarga de animar a los demás al grito de: “¿Dónde está la juventud de esta fiesta?” y en ocasiones hasta se levanta (siempre cerca de la mesa) y mueve un poquito el esqueleto para luego sentarse sudada a explicar que en su época no paraba de bailar hasta que se acabara la fiesta.

8/12/2008

Pompa Fúnebre

A O.S., con amor y mococoa.





Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen.

Pío Baroja, Las inquietudes de Shanti Andía


El camino que conduce desde el mundo exterior hasta nosotros mismos es largo y sinuoso y está lleno de pasos dados en direcciones contrapuestas cuyo significado e importancia sólo reconocemos con el tiempo.

Sandor Marai, Confesiones de un burgués


Dentro del uniforme y bajo aquel sol inclemente de San Fernando de Jojí, justo en la frontera del país, el calor era insoportable. En perfecta formación todos los soldados rendían honores a un compañero que había muerto en una incursión del movimiento insurgente Atanasio. Morir tan joven es antinatural, y cuando conoces a la persona tan de cerca es más sorprendente aún. Además, cada muerte era el recordatorio de que algún día podrían ser ellos los honrados.
La humedad era tal, que quien no estuviese preparado para esto habría desmayado. Los uniformes de gala habían sido confeccionados con una tela que tal vez hubiese sido apropiada para zonas menos calurosas, pero que en este contexto se había convertido en saunas. El sudor que salía de la cebeza bajaba atrevido por la espalda siguiendo el camino de la columna vertebral hasta alojarse allá abajo donde la espalda pierde su nombre. Todos pensaban en esto menos Omar. Sus pensamientos se dedicaban en exclusiva a Marina.
La había conocido un domingo que había tenido libre hacía siete meses. Junto a sus compañeros estaba tomando cerveza barata en un bar de horrible muerte (los de mala muerte estaban fuera del alcance de su bolsillo). Ella pasaba por la calle y desde donde estaba sentado pudo ver esas caderas contoneándose al ritmo de una música inexistente. Si alguna vez hubiese leído la historia de Merimée, hubiese pensado que Carmen había brincado de las páginas de ese libro para convertirse en Marina.
Sus labios gruesos, su piel morena, su cuerpo escultural, sus ojos de un negro profundo, su nariz, sus orejas, su hermoso pelo, sus manos. Omar no sabía exactamente qué le gustaba más de ella, pero la certeza del amor era tal que se acercó haciendo uso de un valor inédito en él.
-Estoy enamorado de tí.
Vivía en la calle 3, casa DDT 34. Era hija de Josefina Andreína y de sabe Dios quién más. Trabajaba en el abastos de cajera y no tenía novio, pero sí muchos amantes y aún más pretendientes. Había nacido hacía 21 años hacia finales de agosto. Si bien su belleza era ya legendaria entre los habitantes del pueblo, para Omar ella era una desconocida hasta ese día en que la vio, pues prefería quedarse en el cuartel la mayoría de sus días libres.
Hay muchas maneras de humillar a las personas, pero la risa es la peor de ellas. A la brutal honestidad de Omar, Marina respondió con una carcajada que viajó hasta el interior del bar, lo que contagió a los clientes y así comenzó una feria de risas que lo avergonzaron hasta el punto de quitarle el hambre por siete días. Todo intento de acercarse a ella fue inútil y la única muestra de que ella era conciente de su existencia fue el que obtuvo ese día en forma de risa.
Omar no supo exactamente cuándo atacó la mococoa. Llegó despacio y sin avisar un día cuando él menos se lo esperaba y en el momento menos oportuno. Comenzó pensando mucho en Marina con una infinita ternura, pero esto pasó a ser una obsesión que a su vez mutó a una presión en el pecho tan fuerte como si alguien estuviese sentado sobre él. Se levantaba pensando en ella, se acostaba pensando en ella y las horas de insomnio que había entre una y otra tenían como protagonista única a Marina. Las guardias nocturnas se habían convertido en un infierno pues ya sabía que ahí, en la soledad de la madrugada, la mococoa aprovecharía para atacar con toda su fuerza.
A veces se sentía un poco mejor, pero cuando ya habían pasado dos semanas Omar había aprendido de memoria la manera de actuar de este mal y era cionciente de que tarde o temprano iba a regresar poco a poco y sin avisar. Retorna lentamente aprovechando cualquier cosa: recuerdas una imagen, ves algo que te recuerda a la persona, escuchas una voz parecida o alguien está vestido de la misma manera que ella y en cuestión de segundos has sido picado de nuevo por este bicho.
Omar receordaba que su madre, Carolina, le había advertido contra este mal.
-Hijo, la mococa es un animal que acecha en la oscuridad y ataca cuando menos te lo esperas. Se le conoce como mal de amores. Contra la mococoa solo hay dos soluciones, una es no permitir que llegue y para esto es necesario nunca enamorarse de alguien antes de tener la certeza de que te va a corresponder, pero como esto es imposible solo queda aplicar la segunda solución: esperar. Esperar que pase, porque la mococa tarde o temprano termina huyendo.
Pero para Omar este consejo no servía de nada, pues esta mococoa era para siempre y solo una cosa la iba a desvanecer: que Marina le correspondiese.
Todo había perdido sentido. La alegría ajena le parecía insulsa y grosera, las desgracias de los demás le interesaban muy poco y el resto había pasado a formare parte de un mundo tan ajeno a él que lo ponía de mal humor. Tal vez el pensamiento más recurrente era el de que Marina no pensaba en él, ¿o tal vez sí? Comenzaba a recordar e interpretar miradas que entendía como posibles esperanzas, para luego recordar gestos más contundentes que indicaban lo contrario. Omar comenzó a temer por su cordura.
Un día, mientras pasaba calor bajo una mata de mango, abandonándose en la melancolía, llegó a la conclusión de que esta vida no merecía la pena. Estaba agotado. El mal de amores le había quitado las pocas energías que tenía su cuerpo de 74 kilos y la existencia comenzaba a perder sentido. Fue así como decidió acabar con esa existencia superflua. Era como si él no fuese sino el denominador de una fracción cuyo numerador había ido de paseo; como si su existencia dependiese enteramente de un hecho negado: que ella lo amase.
Con valentía se puso de pie, caminó despacio hacia el cuartel con el consuelo de que todo esto iba a acabar pronto. Su cara reflejaba la profunda tristeza que embargaba su corazón. Pero esa cara fue cambiando. Tal vez para alguien que no lo conociese, el cambio hubiese sido imperceptible pero la melancolía reflejada se fue transformando en reflexión. Apuró el paso. La reflexión se fue convirtiendo en algo que pudiera parecerse a la emoción. Comenzó a correr. Unos minutos después estaba en el cuartel.
-Maruto, necesito tu ayuda.
Maruto era pequeño, moreno y muy feo. Pero lo que tenía de feo era compensando por un corazón de oro. Todos sabían que si necesitaban un favor, ahí estaría Maruto para ayudarte y resolver tus problemas. Lo que tenía de feo y de bueno, también lo tenía de honesto. Nunca violaba una norma, y es por esto que Omar se vio obligado a mentirle.
-Maruto, necesito que me des los mapas de la ubicación del campamento más cercano del movimiento insurgente.
-No.
-Pero Maruto....
-Ya te dije que no Omar y no insistas.
-Coño papá, no creo que sea necesario ser tan estricto con estas cosas. Lo que pasa es que...
-No.
-Verga Maruto, cuando te pones así es que provoca matarte. Por favor déjame explicarte.
-Explícame pero es inútil. No te lo voy a dar.
-Maruto, ayer hubo una reunión donde indicaron las coordenadas de ese campamento. Por un milagro, el General no se dio cuenta de que yo no estaba pero ahora nadie me quiere dar las coordenadas porque saben que así hay más posibilidades de que a ellos los asciendan. Por favor Maruto.
Maruto se levantó, fue al archivador, sacó una carpeta, la puso sobre el escritorio y con mucha seriedad dijo, señalando la carpeta:
- Que te quede claro que de ninguna manera te voy a dar esta carpeta donde está la ubicación de los campos del movimiento insurgente en las cercanías de esta parte de la frontera. Con tu permiso me voy a tomar un negrito, regreso en cinco minutos.
Por unos segundos Omar no entendió lo que pasaba, pero no tardó en tomar la carpeta y memorizar la localización del campamento más cercano. Tomó su gorra, se la puso, salió de la oficina y caminó hacia las barracas. Recogió su equipo de campaña y salió en un jeep hacia la frontera. Una vez que estaba a unos metros de la frontera, estacionó el jeep y cruzó caminando. Si los cálculos del mapa eran correctos, y si aún seguían ahí, le tomaría dos horas llegar.
Por primera vez en muchos días no sintió el acecho de la mococa. La alegría de haber encontrado una solución era tal que no notaba el cansancio. Cuando llevaba una hora y media de camino oyó un ruido. Se asustó, tomó un trapo blanco que tenía en su bolsillo y comenzó a ondearlo geitando:
-¡¡Vengo en son de paz, no estoy armado!!
Poco a poco unos hombres vestidos de militar salieron de entre los matorrales, lo tomaron por un brazo y lo llevaron hasta su jefe. Alexis Barroso era un hombre alto, fornido tirando a gordo, con el pelo abundante y unas largas patillas que recordaban a un hippie fuera de lugar.
-¿Qué quiere?
-Vengo a hacerle una oferta. Aquí tengo unos documentos que a usted puede ser que le interesen, y a cambio necesito pedirle un favor.
Tres días después Omar se encontraba con su pelotón haciendo unos ejercicios bélicos cuando de repente el movimiento insurgente atacó. Desde elprimer momento al Teniente Coronel a cargo del ejercicio le quedó claro que iba a ser imposible ganar esta confrontación. Cuando estaba a punto de entrar en pánico, se dio cuenta que de la nada salió Omar, quien haciendo uso de una destreza circense y un conocimiento insólito de las posiciones de sus enemigos logró bloquear el paso a los indurgentes, de tal manera que se vieron obligados a retirarse.
Pero justo antes de desaparecer en el infinito, una bala que salió de la nada impactó en la frente de Omar. La caída fue violenta y un silencio repentino llenó el campo. El Teniente Coronel se acercó, tomó el pulso de Omar, se volteó y con un pequelño gesto de la cara le indicó a sus compañeros que estaba muerto.
Desde ese momento comenzaron los preparativos de lo que se convertiría en el entiero en homenaje a Omar, el héroe de San Fernando. El poeta del pueblo le dedicó unos versos, el cronista cantó su gesta heroica y el grupo tocó la canción favorita. Se repartieron lágrimas a diestra y siniestra y la batalla para saber quién había sido el más amigo de Omar comenzó. Ahora todos se jactaban de ser la persona más cercana al héroe.
Al entierro en honor a Omar asistieron el Alcalde, el Obispo, el General y el resto de las autoridades civiles y militares. El presidio había sido decorado con el pabellón nacional, lo que junto al colorido de la sotana del obispo y lo regio del uniforme del General no hacían sino acentuar la belleza de esa hermosa morena que con un hermoso traje negro se ubicaba entre el Alcalde y el Obispo.
Marina había sido llamada a sentarse en lugar de honor, pues entre las pertenencias de Omar se había encontrado una carta en la que hacía constar que en caso de fallecimiento Marina seria su heredera. A algunos sorprendió lo poco que Marina sabía acerca del homenajeado, pero supusieron que eran esas parejas a quienes les gustaba hablar poco. Orgullosa de su hombre, hablando sin parar de lo mucho que lo amaba y de lo bien que se llevaban, Marina fue ese día, junto a Omar, la protagonista.
La mococoa había sido derrotada.