10/17/2015

Tequeños



Ingredientes

  • 250 gramos de Harina de trigo todo uso.
  • 125 gramos de mantequilla sin sal (temperatura ambiente)
  • 1 huevo
  • 1 cucharadita de sal
  • ¼ de taza de agua tibia
  • 15 pedazos de queso paisa (En Ecuador sirve el queso Chonero)

Preparación

  1. Mezcle los huevos, la mantequilla y la sal.
  2. Cierna la harina en un recipiente hondo y haga con ella un volcán. Dentro de ese volcán, vierta el contenido del paso 1.
  3. Con una espatula mexcle todo hasta conseguir una contextura manejable a mano y amase por 5 minutos. Agregue el agua tibia y amase de nuevo hasta tener una masa ligera y moldeable. Haga una bola de masa y déjela repoar 15 minutos cubierta en un recipiente.
  4. Extienda la masa y haga tiras de 60 cm de largo y 1,5 cm de ancho.
  5. Corte el queso en barras de 1cmx4cmx1cm
  6. Envuelva cada barra de queso con la masa cuidando de que no quede nada de queso expuesto. Al finalizar con la mano cerrada apriete un poco para que la masa se una.
  7. Fría a fuego medio alto hasta que esté bien dorado por fuera y la masa bien cocinada por dentro.

La mejor manera de hacer las tiras. es con un cortador de pizza o un cuchillo afilado.

11/16/2014

El cine de Quentin Tarantino

Reseá del diario 2001:
Este libro fue publicado en el año 2014 por Publicaciones UCAB. El texto usa como tema central de su interpretación la violencia que tanto caracteriza la obra de Tarantino. La hipótesis central del libro es que este realizador intenta lograr en sus espectadores el disfrute la violencia distanciándola de la realidad que tanto nos agobia. Convirtiendo a la violencia en una pieza de evidente ficción que se aleja de la realidad a través de la exageración, el director nos hace disfrutar la espectacularidad inherente a la violencia y por la que ha sido siempre tan popular en la gran pantalla.
El libro se divide en dos partes: una primera parte donde Serrano hace una introducción al tema de la violencia desde varios puntos de vista: el filosófico, el artístico, el sociológico y el cinematográfico. El autor intenta aquí mostrar cómo la violencia es un tema plagado de prejuicios que nublan la visión de quienes no pueden sino condenarla, cuando en realidad es un asunto digno de cuidadoso estudio. A pesar de lo que la gente usualmente opina –nos dice Serrano- estos no son los tiempos más violentos que hemos vivido, y la verdad es que con datos en la mano podemos mostrar que de hecho los humanos nunca habíamos gozado de una época tan amante de la paz como esta. Otro elemento interesante es el hecho de se puede hacer una breve historia –y Serrano la hace- de cómo la violencia ha sido disfrutada tanto en la vida real (un ejemplo claro es el de los juegos romanos), como en la ficción y las artes visuales como la pintura y el cine. Tarantino no es el primero, sino el último en una larga lista de artistas para quienes la violencia es su musa inspiradora.
La segunda parte del libro se concentra en explicar película por película cada uno de los mecanismos usados por Tarantino para lograr ese alejamiento de la realidad del que hemos hablado y que el autor denomina “la estética de la violencia”.
Este libro es una accessible introducción a una importante obra cinematográfica  de la mano de alguien que lleva más de quince años dedicado al estudio de la violencia cinematográfica. El cine de Quentin Tarantino es un texto indispensable para quienes se consideren fanáticos de este director.

El sueño de la razón produce cine



Este libro, publicado en el 2011 por Publicaciones UCAB y recopila una serie de ensayos publicados en otras partes, así como algunas conferencias. Asimismo, incluye una serie de ensayos cortos sobre variados temas cinematográficos.
Sus contenidos son:
 1) El sueño de la razón produce cine. Una aproximación filosófica al cine de Alain Resnais
2) Reflexiones sobre tambores y una flor de cayena. Identidad caribeña en Carmen, la que contaba dieciséis años
3) Placeres reales y placeres falsos en The Matrix. Una defensa de Cypher
4) La pantalla como púlpito. Violencia y redención en el cine de Martin Scorsese
5) Ética y estética en el cine de Martin Scorsese y Quentin Tarantino
6) ¿Ver o escuchar? Música y suspenso en Psycho.

7/09/2012

Vagando por el desierto de lo real (Tarantino explicado a los posmos)


El objetivo de Quentin Tarantino como artista es agradar a su audiencia. Lo que ha llamado nuestra atención es el objeto que este director ha escogido para representar y usar como elemento distintivo de su cine: la violencia.
Quisiera hacer una especie de recuento del viaje que ha hecho la violencia en el cine de Tarantino explicando cómo esta va de la violencia real ultraviolenta a una hiperviolencia o violencia hiperreal. Para explicar esto, usaré un concepto cuyo origen buscaremos en un texto de cuatro siglos antes de Cristo y que luego rastrearemos en el siglo XX. Este concepto es el de simulacro. Pero empecemos por el comienzo: El Gorgias.
El Gorgias es un diálogo escrito por Platón y cuyo tema es la retórica. Con su acostumbrada ironía y sagacidad Sócrates marea con sus preguntas a los interlocutores (Polo, Gorgias y Calicles) para averiguar cuál es la naturaleza de la retórica. Quiere saber qué arte (techne[1]) es esta y como Polo parece no entender la pregunta, Sócrates le da un ejemplo: “si fuera fabricante de sandalias, te contestaría seguramente que es zapatero”.
Debido a que nadie puede responder la pregunta o que ninguna respuesta satisface a Sócrates, los interlocutores le piden que responda él mismo a la pregunta sobre qué arte sea la retórica. La respuesta de Sócrates es contundente: la retórica no es un arte, sino una parte de algo a lo que llama adulación (kolakeias). Nos dice Sócrates respecto a la retórica que “es una cierta profesión, ajena al arte, pero que supone un espíritu perspicaz, valeroso y apto por naturaleza para tratar con la gente. A su esencia la denomino yo adulación” (463ª).
 Mientras que las artes (technai) buscan lo verdadero y lo bueno, la adulación (kolakeias) se convierte en un simulacro (eidolon) que solo busca el agrado de aquel a quien va dirigido. Por un lado tenemos a las artes: el médico quiere tu salud (aún a pesar de que las medicinas no sepan bien) y el político se supone que quiere el bienestar de todos (aún a pesar de que sus políticas públicas no agraden a los ciudadanos). Por otro lado, tenemos las adulaciones como la culinaria (que es la adulación de la medicina y cuyo único objetivo es agradar el paladar) o la retórica (que es la adulación de la política y cuyo único objetivo es agradar los espíritus). Estas solo quieren adular sin importar la verdad o el bien.
Pero para que efectivamente la adulación sea exitosa es necesario que el sujeto que se complace sienta que su compromiso sigue siendo con la verdad y no con su mero agrado. Si consumo un delicioso puré de papas pero tengo la certeza de que su altísimo contenido graso me hace daño, el agrado se dificulta. Es por eso que, como dijimos antes, la adulación se convierte en el simulacro del arte respectivo e intenta hacerse pasar por él[2].
Los simulacros (eidola) toman el lugar de lo que busca la verdad, lo sustituyen, se hacen pasar por él, lo simulan adaptándose al gusto de la persona a quien está dirigido y convirtiendo así en inútil aquello que simula. Como afirma González Lodge en su comentario al Gorgias, la adulación (kolakeias) incluye todo aquello cuyo objetivo es “lo agradable en vez de lo bueno”.
Esto es precisamente lo que venimos diciendo de Quentin Tarantino desde el comienzo de este libro: lo que busca este director es adularnos, lograr nuestro agrado con algo que hasta hace poco no podía ser disfrutado: la violencia. Para lograr ese agrado es que Tarantino desarrolla su peculiar manera de representar la violencia. Pero a la vez, el director no quiere perder lo emocionante y excitante de ella, por lo que desarrolla una violencia hiperbólica que agrada.
Jean Baudrillard usó la palabra “simulacro” para definir nuestra relación con la realidad. En 1981 Baudrillard publica Cultura y Simulacros[3], tratado que además de su merecida fama como texto teórico, fue inmortalizado en la película The Matrix (Wachowski, 1999) pues Neo esconde el software y su dinero en un ejemplar de este libro.
En el primer ensayo que compone ese texto, titulado “La precesión de los simulacros” Baudrillard es bastante radical a la hora de plantear su teoría. La realidad, según él, ha sido suplantada por simulacros. Las imágenes y símbolos se han rebelado y han tomado el lugar de aquello a lo cual representaban. Como dice el propio Baudrillard:
No se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo.[4]
Este simulacro, que se desvincula de lo real y pretende sustituirlo, es a lo que llamamos hiperreal. Eco lo explica así: “El signo aspira a ser la cosa y a abolir la diferencia de la remisión, el mecanismo de la sustitución. No la imagen de la cosa, sino su calco, o bien su doble.”[5]
Sin ser tan radical como Baudrillard, creo que el concepto de hiperrealidad sirve para entender mejor el cine de Quentin Tarantino. Como ya hemos dicho, para poder complacer a la audiencia y convertir a la violencia en una experiencia placentera, debemos alejar la representación de la violencia real para así evitar conexiones cuyas consecuencias morales evitarían nuestro placer. En este movimiento la representación va adquiriendo autonomía y es así como la violencia se convierte en hiperreal.
Para conseguir el agrado del espectador es que Tarantino se embarca en un viaje. Si tuviésemos que aclarar el itinerario de este viaje, podríamos decir que esta ha ido desde la tímida Reservoir Dogs o Pulp Fiction, en las que la desconexión con la realidad viene dada tan solo por sus consecuencias en los personajes pero no en el aspecto visual (de ahí la necesidad que siente Tarantino de alejar la cámara cuando Mr. Orange corta la oreja del policía),  pasando por Jackie Brown, que parece ser una película de transición a un nuevo cine: el cine de la violencia hiperreal que abandona por completo la realidad para luego sustituirla como representación real de la violencia que solo busca el agrado del espectador. La violencia hiperreal usurpará el lugar de la violencia real.
Pero lo hiperreal no es mera suplantación de la realidad, sino a la vez exageración de ella. Disneyland, el ejemplo favorito de Eco, o Las Vegas no son simplemente mundos que pretenden suplantar a lo real, sino que además lo exageran y lo convierten en algo que está en un peldaño superior al de la realidad. Disneyland, por ejemplo, es una representación exagerada de la bondad infantil (no hay crímenes, todo es nuevo, todos somos felices) y Las Vegas es la exageración del vicio (“Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”). De esa misma manera, el cine no se conforma con representar a la violencia real, sino que quiere exagerarla y sustituirla con una versión exagerada.
El cine, por su propia manera de ser exhibido, tiende a lo espectacular. La imagen se proyecta en una pantalla con proporciones que pueden ir de dos, tres y hasta veinte veces el tamaño real de la cosa representada. Si bien el cine también se ha alejado de lo espectacular (como por ejemplo en el neorrealismo italiano), esta ha sido la excepción. De la mano de los técnicos especialistas, se han inventado más y mejores maneras de proyectar la imagen para lograr esa espectacularidad. Cinemascope, 70mm o 3-D son algunos de los inventos que se han desarrollado para mejorar las posibilidades de espectacularidad en el cine. De hecho, pudiéramos decir que una de las cosas que caracteriza (y según Leo Charney es su causa) al cine es la tensión entre el elemento efectista de lo espectacular y su intención de contar una historia. “El cine narrativo surgió en la confluencia de dos caminos que parecen incompatibles: la tradición de las atracciones de discretas sensaciones violentas y la tradición clásica de una narración linear de causa y efecto”[6].
Eco describe la exageración como elemento de la hiperrealidad haciendo referencia al “more” (más) utilizado en los Estados Unidos para reflejar la abundancia. Como indicador de que un objeto es deseado, la empresa que lo fabrica promete al cliente que le dará más. Usando el “more to come” (aún hay más), Eco describe el estado de bienestar entendido como tener “más de lo que estamos habituados a tener, más de lo que jamás podríamos tener, que habrá hasta para tirar”[7].
Una vez que la violencia real entra al juego del arte, pierde su status de superioridad con respecto a las imágenes que la representan. Es una más, y como tal se encuentra a la merced de las preferencias de consumo de los espectadores. Lo que quiero decir con esto es que dejamos de tener imágenes reales de violencia real (los noticieros o documentales) contrapuestas a imágenes falsas de violencia falsa (la violencia tal como era representada en el cine hasta 1967) y nos quedamos únicamente con la hiperviolencia.
Ya hemos hablado de cómo la cobertura que los noticieros hicieron de la Guerra de Vietnam, apresuró la evolución artística del hecho violento y causó un cambio en la manera de ser representada. Esto, trajo como consecuencia que el cine tendió a representaciones más “reales” de la violencia, es decir, la gente en las películas se moría tal como se moría en la realidad. A esta violencia se le da el nombre de la ultraviolencia (que es el estilo que utiliza Tarantino en sus dos primeros largometrajes).
Así como la audiencia norteamericana, al sentirse estafada por las representaciones ridículamente falsas de la violencia antes de 1967, exigió algo más; hoy en día estamos presenciando un nuevo cambio, pero en este caso no es la imagen violenta la que ha dejado de complacernos sino la realidad misma tal como es transmitida por los medios.
Desde Kill Bill, Quentin Tarantino produce obras de arte para el decepcionado que vaga sin rumbo por el “desierto de lo real”[8] (por usar una expresión del propio Baudrillard).  Hace cine para aquel que quiere ser complacido sin tener en consideración la realidad (es decir, adulación en todo el sentido de la palabra). El público de Tarantino es aquel que no ve en Neo, sino en Cypher, el héroe de The Matrix pues es este el que se da cuenta de que aunque no sea real, el mundo que creó para nosotros la matriz es mejor que el real[9].
Abandonamos la ultraviolencia, que sigue estando aún obsesionada con lo real, y optamos por la hiperviolencia que sustituye a la violencia real y deja de referirse a ella.
Quien critica la violencia en las películas de Tarantino porque la considera demasiado real[10], no hace sino caer en la trampa del objeto hiperreal. Tarantino maquilla la violencia para alejarla de la realidad, pero en vez de alejarla disminuyendo su impacto visual (que es lo que tradicionalmente ha hecho Hollywood), la aleja aumentando su impacto visual, exagerándola. Pareciera que el espectador, acostumbrado a esa versión edulcorada de la violencia, se da cuenta de lo que lo que le hace falta a estas representaciones es ser más explícitas, más largas, más sangrientas (en resumen, “more”) sin darse cuenta de que esta tendencia no se detendría. Llegar a representaciones más reales de la violencia no significó que los directores se sintieron satisfechos. Siguieron agregando más y más.
Un buen ejemplo de esto es el análisis que hace Stephen Prince de la película The Passion of the Christ (Mel Gibson, 2004) en el que nos dice que “críticos y espectadores percibieron el tratamiento de la violencia que hace el film como riguroso y objetivo”[11], cuando en realidad si lo comparamos con la descripción que hace la Biblia podemos percatarnos de que hace un exagerado énfasis en el dolor y la violencia infligidos a Jesús.
La manera en la que la violencia o ultraviolencia se convierte en hiperviolencia tiene dos mecanismos: el de la exageración y el de la declinación de la violencia. Del primero ya hemos hablado un poco y para explicar el segundo, usaremos como ejemplo la película Death Proof.
La escena más violenta de esta película es la muerte de las cuatro chicas de la primera parte. En lo que parece ser una versión automotriz del mexican standoff al que Tarantino es tan aficionado, el carro de Stuntman Mike se enfrenta al de las chicas y colisiona con ellas de frente. La muerte de cada una de ellas es vista por separado en escenas ralentizadas que le permiten al director usar una de las modalidades de sustitución de la realidad por la hiperrealidad que Baudrillard, en un texto de 1976, llama “el vértigo de simulación realística”, descrito por el filósofo francés como “la deconstrucción de lo real en sus detalles –declinación paradigmatica cerrada del objeto- aplanamiento, linealidad y serialidad de los objetos parciales”.[12]
Al mostrarnos la muerte cada una de ellas por separado, vemos el mismo hecho violento repetido cuatro veces. Tarantino declina la violencia al mostrárnosla fragmentada para nuestro atento análisis. Este proceso desnaturaliza el acto violento y haciendo uso del recurso de la exageración, lo inflama hasta convertirlo en algo distinto de la realidad que a la vez pretende suplantarla. Tal como dice Jane Gaines:
El increíble poder del efecto mimético está basado en una relación entre aquello que es representado y su representación, en la que la efigie o “copia” llega a tener los mismos poderes que el original y, además, llega a tener poder sobre el original… La copia puede ser vista como más poderosa que aquello que representa (su referente) porque deriva su poder de ella sin llegar a serlo.[13]
Si algo ha caracterizado las imágenes de la violencia que pretenden un efecto estético es el hecho de que para lograr ese efecto, se desnaturalizan. De los mecanismos desnaturalizadores para estetizar la violencia el más usado ha sido el inaugurado por Akira Kurosawa (Siete Samurais, 1954) cuando empezó a ralentizar las escenas violentas. Esto a su vez inspiró a Arthur Penn quien usó ese sistema en Bonnie and Clyde. “Lo que hizo Kurosawa fue ralentizar la imagen cada vez que había un asesinato. Yo pensé que se podría hacer algo más interesante, que era cambiar las velocidades y entonces, a través del montaje, crear una especie de efecto baletístico”[14]. Tarantino lleva la ralentización un paso más allá, pues tal como indica Baudrillard la desnaturalización no viene dada por ver la escena violenta lentamente, sino que la vamos a “declinar” y separar en sus componentes.
Pero no nos confundamos, pues a pesar de que esta reflexión se refiere tan solo a un director, el asunto que tratamos es esencial para el cine y, de hecho, pudiéramos hacer una división de los teóricos del cine en quienes defienden que este debe expresar la realidad y no tan solo lo verosímil (Hugo Munsterbeg[15] y André Bazin[16] serían los máximos representantes de quienes apoyan esta posición), y del otro lado quienes defienden que representar lo ya existente es absurdo y hasta nauseabundo (tal como afirma Roland Barthes[17]).
Por el lado de los realistas, el argumento es que el cine está ahí para ser un espejo de la realidad. La prueba de ello, nos dirá Bazin, es que a medida que el público va conociendo el cine y sus mecanismos deja de sentirse complacido con una mera verosimilitud que se parece a la realidad (lo que él llama realismo) y en cambio, exige imágenes cada vez más reales (realidad). El público, afirma Bazin, no quiere realismo, sino realidad, pero el cine se ha movido en dirección contraria. “La verosimilitud ha tomado poco a poco el lugar de la verdad, la realidad se ha disuelto lentamente en realismo”[18]. El caso de la violencia en el cine es paradigmático, pues muestra con claridad que a medida que el público se hace “experto” lector de este medio, empieza a exigir que las representaciones de la violencia sean más reales.
Por el otro lado, tenemos a Roland Barthes quien sostiene que la mimesis (el hecho de imitar) “produce un sentimiento nauseabundo, una cierta nausea que viene de la reproducción conservadora de signos ya existentes. Para el sin duda anti representacional Barthes, cualquier imitación del mundo exterior, cualquier práctica estética basada en la referencia y la repetición, más que en el libre juego de signos, es inadecuada”[19]. El artista debe ir más allá y crear signos independientes que si bien pueden o no tener sus raíces en la realidad, deben tener vida propia.
Al igual que Barthes, Tarantino considera que la realidad no es el propósito del cine, sino todo lo contrario y esto es especialmente cierto cuando el cine representa hechos violentos. Por razones que hemos explicado, violencia real que parece real y se siente real se convierte en un objeto imposible de disfrutar. Por sus terribles consecuencias se hace necesario alejarla de la realidad para convertirla así en producto consumible y eso es lo que hace Tarantino convirtiéndola en una versión inflamada de la realidad que nos permite abandonarnos en el placer de la violencia.
Ahora bien, todo lo que hemos dicho hasta el momento pareciera presentar un problema. Si decimos que es necesario saber que la violencia es irreal para poder disfrutarla, ¿qué ocurre cuando afirmamos que las imágenes a las que nos referimos sustituyen a la realidad? ¿Acaso no pasa entonces la ficción a convertirse en realidad previniendo así el disfrute? La respuesta corta a esta pregunta es no, pero veamos por qué.
Cuando decimos que lo hiperreal sustituye a lo real, no estamos queriendo decir que se convierte él en lo real, sino que pasa a ocupar su puesto. Quien va a Disneylandia o a Las Vegas sabe perfectamente que todo lo que ve es falso, pero aún así entra en ese juego en el que se convierte de habitante de ese mundo creado para él. Ahora vive en esa hiperrealidad que suplantó a la realidad, pero eso no significa que las confunda. Pero demos un ejemplo concreto.
En un país particularmente violento como Venezuela (tiene uno de los más altos índices de homicidios del mundo y las armas son muy comunes) podemos ver como muchas personas se fotografían en las redes sociales sosteniendo armas tal como ven que ocurre en las películas (poniendo la mano de lado por ejemplo) sin preocuparse de si esa es la manera correcta de sostenerla.
En estos casos lo que la persona imita tan solo lo estético de la violencia. Usando términos de cine, pudiéramos decir que hacen la puesta en escena del hecho violento tal como lo ven en las películas. Pero de ahí a decir que el acto violento en sí fue inspirado por las películas que la persona ha visto, me parece hacer decir a los datos cosas que ellos no dicen. Y esto entonces plantea un segundo problema, ¿esto que acabamos de decir no es prueba de que la violencia hiperreal tiene consecuencias en la violencia real?
Parece absurdo endilgarle al cine o a la televisión parte de esa responsabilidad cuando en un mundo globalizado lo que vemos en Venezuela y lo que ven en Costa Rica o Perú es más o menos lo mismo. ¿No significaría eso que si hay una relación causal todos los países deberían tener índices similares de violencia? ¿Acaso los violentos ven películas distintas de los pacíficos? ¿Acaso pudiéramos decir que si en Venezuela no hubiese violencia en los medios, tampoco estaría presenta en nuestra vida diaria? Sinceramente, eso es absurdo.
Tal como ya mostramos, los resultados de las pruebas científicas al respecto no han dado resultados concluyentes acerca de si hay una relación causal o no entre la violencia en los medios y la violencia real. El resto no pasa de ser la percepción íntima de algún sujeto. En una ocasión escuché a la escritora británica Marina Warner decir algo que suscribo en su totalidad: “Qué lástima que sea tan fácil prohibir la violencia en la televisión, pero tan difícil prohibirla en la vida real”.

*

En conclusión podemos decir que la violencia en Tarantino, al convertirse en objeto ella misma a través de la exageración, se divorcia del original que se supone representa y así se convierte en objeto consumible. El  vínculo que une la imagen y el objeto representado es el que evita que disfrutemos la violencia. Referir la violencia representada en la ficción a la violencia real tendría la consecuencia de evitar nuestro agrado o placer al recordarnos nuestra propia mortalidad y activar los mecanismos de empatía hacia quienes sufren los efectos de la violencia en la representación. Es así cómo al erigirse en objeto hiperreal, la violencia de Tarantino rompe ese vínculo incómodo que la unía a la realidad y abre las puertas de una estética de la violencia.



[1]           Cuando los griegos preguntan si algo es un arte o no, se refieren a la distinción entre aquello que es arte y lo que es meramente empírico (empeiria). Mientras que quien tiene conocimiento de lo empírico tiene conocimientos de hechos concretos (por ejemplo que una aspirina quita el dolor de cabeza), el que tiene arte va más allá y no solo conoce el hecho concreto sino que además conoce sus causas (la aspirina se compone de acido acetilsalicílico, el cual inhibe el dolor de cabeza porque actúa a un nivel cerebral subcortical). Para llegar a ser arte, es necesario antes ser empírico. Con los sentidos percibo los hechos concretos y si estos hechos se repiten en las mismas condiciones, esto a su vez me lleva a investigar las causas de esa repetición. De esta manera se desarrolla el arte, que es una especie de teoría general acerca de algo. Una de sus características más importantes es que puede ser enseñado.
[2]           Un buen ejemplo de esto son los productos bajos en grasa o bajos en calorías. Tienen buen sabor y a pesar de no ser tan sanos como reclaman ser, se presentan ante el consumidor como productos sanos que no solo no emporan la salud, sino que la mejoran. Se convierten en su simulacro de una verdadera buena dieta que se debería componer de vegetales, legumbres, etc.
[3]           Jean Baudrillard, Cultura y Simulacros (Barcelona: Kairos, 1978)
[4]           Jean Baudrillard, “La precesión de los simulacros”, en Jean Baudrillard, Cultura y Simulacros (Barcelona: Kairos, 1978), p. 12.
[5]           Umberto Eco, “Viaje a la hiperrealidad”, p. 16.
[6]           Leo Charney, “The Violence of the Perfect Moment”, p. 53.
[7]           Umberto Eco, “Viaje a la hiperrealidad”, p. 17.
[8]           La expresión “desierto de lo real” es usada por Baudrillard para referirse a ese mundo desprovisto de toda realidad y donde solo queda el simulacro. Esa misma expresión fue usada por Morfeo en la película The Matrix para referirse al mundo creado por la matriz.
[9]           Cf. Arturo Serrano, “El Filebo y The Matrix. Una apología de los placeres falsos”, en Arturo Serrano, El sueño de la razón produce cine, pp.31-38.
[10]          Un ejemplo de esta posición al respecto de la violencia en Quentin Tarantino es el de Johann Hari, crítica de cine del Huffington Post, quien afirma que por fin Tarantino representa la violencia “tal como es en la realidad”. http://www.huffingtonpost.com/johann-hari/the-terrible-moral-emptin_b_270809.html. Revisado el 10 de mayo de 2012.
[11]          Stephen Prince, “Beholding Blood Sacrifice in The Passion of The Christ: How Real is Movie Violence?” en: Film Quarterly, vol. 59, número 4, pp. 11-22.
[12]          Jean Baurillard, El intercambio simbólico y la muerte (Caracas: Monte Ávila Editores, 1993), p. 86.
[13]          Citado en: Paul Gormley, The New-Brutality Film. Race and Affect in Contemporary Hollywood Cinema (Bristol: Intellect, 2005), p. 86.
[14]          Lester D. Friedman, Bonnie and Clyde (London: BFI, 2000), p. 73.
[15]          Hugo Münsterberg, The Film: A Psychological Study (New York: Dover, 1970)
[16]          André Bazin, ¿Qué es el cine? (Madrid: Ediciones RIALP, 2000)
[17]          Roland Barthes, S/Z (México: Siglo XXI, 1987)
[18]          André Bazin, “Farrebique or the Paradox of Realism” citado en: Ivone Margulies, Rites of Realism. Essays on Corporeal Cinema (London: Duke University Press, 2002)
[19]          Martin Jay, Cultural Semantics: Keywords of Our Time (Boston: University of Massachusetts Press, 1998), p. 120.